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Cuando el silencio me ahoga, enciendo la radio y me llegan de un planeta lejano voces que apenas comprendo: ese mundo tiene su tiempo, sus horas, sus leyes, su lenguaje, preocupaciones, diversiones que me son radicalmente extraños.
Simone de Beauvoir.







(Texto sin conclusión ni pretensión)
¿Podéis creerlo? Este dolor de no ser quien soy es más profundo cada segundo. Este dolor de no saber dónde estoy es más extraño a cada paso que doy. Y es infatigable mi manera de andar, podeis estar seguros. Arriba y abajo, por el viejo cauce del río o en mi propio barrio, no puedo parar. Andar, andar, andar.. Suelo llevar los bolsillos vacíos de cosas y guardo todas mis pequeñas y útiles pertenencias en una típica mochila de piel marrón, con hebillas de chatarra y algún parche con dibujos étnicos que dicen lo hippie que soy. Y cómo me gusta ignorar la procedencia de la piel de mi mochila. Y de mis zapatos, todo sea dicho. Y del cinturón.
Nunca llevo cinturón, creo que mis pantalones nunca han necesitado un elemento adicional para sostenerse sobre mis caderas o agarrarse a mi cintura. Soy de esas a las que cuando se sientan, el michelín les sobresale un poco por encima de la cinturilla de los vaqueros, y en momentos post atracón también por los lados, aunque esto es mucho más sutil, por supuesto.
En general amo y odio a todo el mundo con extraña facilidad, combinando estos dos sentimientos de maneras realmente sorprendentes, con intensidad y poco seso.
No creo que toda gloria sea pasajera. Nunca lo he creído. Creo que es un dato que era necesario añadir puesto que al parecer soy un ejemplo vivo de que presumiblemente toda gloria sí que es pasajera. Debería, hoy por hoy, decir, que las pupilas me brillan y que mi pelo tiene la longitud perfecta. Mi inteligencia es cada vez mayor, así como mi madurez y equilibrio. Mis pechos se sostienen con los pezones siempre vigilantes y conduciendo soy sagaz y oportuna como una detective de televisión.

Adoro el pequeño sofá en el balcón y el sol a media tarde, el calor delicioso mientras leo y fumo, una calada diez versos.
Me siento como una gran mujer, en una grandísima mierda de época, con posibilidades de reencontrarse y aprenderse, con la barbilla alta, la frente cero marchita y el corazón en un puño a punto de caer al fuego desde la sartén.
(Visceras humanas. Deberías comerlas. Te va ese look carroñero y fatal. Como si no pudieras contener tus instintos. Es que eres un bruto.Un animal. Un bestia. No se si es lo que yo quiero ver o lo que tú quisiste mostrar porque había algo que te decía que tenías que METER METER METER SACAR SACAR SACAR.)

Proximamente haré un recorrido por toda la península en el que podrán admirar mi nueva vida e invitarme a probar los vinos de su tierra o los platos típicos con que se honra al visitante.
Hasta entonces.. .
Seguimos en la cámara de aislamiento.

Patricia llegó al hospital a eso de las siete. Subió en el ascensor extremadamente lento que olía a basura hasta la tercera planta, Unidad de Psiquiatría, cerrada a cal y canto. Casualmente, cuando iba a golpear con los nudillos la puerta, esta se abre y una enfermera pelirroja y sonriente la hace pasar, preguntándole a quien viene a visitar.
Su amigo lleva ahí tres semanas, y pese a eso no parece haber mejorado demasiado. Ha perdido mucho peso, aproximadamente veinte kilos, sus ojos parecen hundirse en unas ojeras violáceas y profundas. Le cuesta fijar la mirada en un punto. Patricia se esfuerza porque los ojos de su amigo la miren a los suyos con confianza. Él no deja de abrazarla. Se quieren.
En la habitación se hacinan tres chicos.
Yeyuco está casualmente compartiendo este espacio. Otro de los pacientes es un gordo que parece cuerdo pero que al parecer no dice una palabra que sea verdad. Yeyuco es guapísimo. La esquizofrenia no ha logrado deformarle el rostro ni la expresión y parece sereno en su sexualidad de bestia salvaje. Su mirada carnivora no pasa desapercibida para la pobre Patricia, que piensa de pronto en su amigo tan flaco, con fiebre la última semana, al mismo tiempo que escucha a Yeyuco decir algo así como que "tiene que rajar a un tío de Alboraya". Es entonces cuando sus bragas mentales vuelven a subirse... los cinco segundos de dejadez visual sobre el cuerpo del chico esquizofrénico han terminado.
(Patricia ha de aceptar que tiene pensamientos de este tipo de los que no se siente en absoluto orgullosa pero que tampoco le comen la moral de manera voraz. Ha aprendido a aceptarlos.)
Después de que su amigo compruebe que ella tiene los cinco dedos de cada pie en su sitio, que no está embarazada y que no la ha seguido hasta el hospital George Bush, decide que lo mejor es acompañarla hasta la salida para que de este modo no puedan atacarla y destruirla, ahora que se codea con terroristas complices de Bin Laden. No sabemos ninguno de los dos, sentados en la cama del hospital, quien es más hijo de puta o si nos sentiremos mejor después de que todo esto haya pasado. Cuando la realidad sea otra vez el pan de cada día y no quede más remedio que aceptar donde uno se encuentra.
Yeyuco comenta entonces que pronto va a matar a un tío llamado Charlie y que no le importa que le lleven a Picassent, a lo que Patricia contesta, sí hombre a Picassent, sólo faltaba eso... y Yeyuco la interrumpe diciendo: es que por un poco más... Y ella se calla un poco y él se levanta y vuelve a darle dos besos y a preguntarle, ¿sabes quien soy? a lo que ella contesta, claro Yeyuco, claro que se quien eres.
El caso es que Patricia ha llegado al hospital a ver a su amigo y se ha encontrado con que conoce a dos personas recluidas en la Unidad de Psiquiatria que además comparten habitación.
El mundo es un pañuelo, piensa ella.
Su amigo ha decidido que pronto va a desvelar todo el tema de las escuchas que al parecer hay detrás de las paredes y en los conductos de la calefacción.
Ella le abraza y no tiene miedo de nada, ahora que ha dejado de llover y el tiempo ha parecido pararse en una hora ambigua, desde que la adelantaron no sabe realmente qué hora es, todos los relojes se han parado, las bombillas de dos habitaciones en su casa se han fundido y el mundo es realmente pequeño y enorme, un bucle de armonía extraña y caótica por el que discurrimos o nos discurre tan rápido como la luz.
El sucio amor que nos une a otras personas- parece pensar- es un motor perfecto y es "la luz de toda luz".
Vuelve a enseñarle los pies a su amigo para que este se cerciore de que sigue teniendo cinco dedos en cada uno, nadie los ha cortado con un machete y ella le obliga a mirar a los ojos, a centrar la vista en otro ser humano que le está sintiendo, que quiere volver atrás en el tiempo y regalarle algo nuevo, darle lo que no le dio por creencia de invencibilidad, por destino moldeable, por ignorancia absoluta.
Quisiera regalarle una curación, y tiene esa oscura esperanza (es oscura por imposible pero parece limpiarla por dentro) de poder otorgarle otra oportunidad, como si por un segundo pudiera ser dios y con sólo desearlo una ráfaga de viento borrara todo el dolor, toda la paz que no debió nunca serlo, las noches de descontrol, aparcar coches por veinte céntimos, robar en un mercadona, enseñarle los brazos casi muertos a una amiga por cien duros, chutarse con una jeringuilla infectada de sida, que su madre muriera, que su padre fuera un mierda, que no fuera débil y gordo, que el corazón hubiese podido llenarse con agua de sus manos.
Quisiera regalarle un "de nuevo" y con las ventanillas bajadas, en el coche, la música, la vida bueno parece que podría, podría dárselo.
Pero no, Patricia, mujer.
Sólo cerciórate de que se sienta mejor.
Pero podría.

La autopista de la información se ensancha y parece que nunca
va a contraerse.
Todo el mundo conoce a todo el mundo, todo el mundo escribe, eso es bueno para el mundo pero hace que yo me sienta frágil. Todos saben quien es Saudek. Eso es bueno para Saudek pero hace que yo me sienta transparente, mutable, insegura.
Todo el mundo fotografía cosas. Se hacen autofotos en posturas sexy, con miradas de pretexto, envueltos en ficción. Esto debería ser bueno para la industria de la fotografía y también para la gente. Viva el arte! pero a mi me hace sentir mortal, nada ilustre, cero importante, absolutamente borrable.

Nadie importa a nadie.
Todo el mundo conoce a todo el mundo pero nadie conoce a nadie. Es esa famosa frase. Nadie quiere conocer a nadie, sólo quieren darse a conocer como dolientes, flacos, criminales, voluptuosos, sensuales, elegantes, modernos, felices, activos, pop, sodomitas, frikis, hombretones y traviesos. Como putas o niñitas de doce años con el pubis afeitado.
Irreflexivamente soltamos nuestra mierda al hiperespacio, a la autopista de la información, la soltamos liviana, esperando que al otro lado alguien la recoja, la mire y diga: qué interesante! - y normalmente lo dirá de manera atolondrada, sin pensar demasiado, dándose cuenta de que a la vuelta de la esquina siempre hay alguien más australiano, más interesante, más hermoso, más hábil, más cínico.

Las puertas de acceso bloqueadas hacen que queramos siempre saber más, sin embargo a la hora de la verdad las puertas no esconden ningún misterio, sólo a alguien inerme, descuidado, encerrado en su casa, repudiado por amigos y jefes, con barriga y gafas llenas de roña. Pajeandose frente a una ventana estúpida a un mundo automático e insultante, lleno de artistillas del diseño y treinteañeras de palo menudas y sin pecas.


Yo en mi grandísma pequeñez, en mi grasienta nimiedad, no puedo más que vomitarles a todos en la cara y decirles. Hasta nunca. Mientras, todas mis mentiras se hacen refulgentes y se rien, se rien de no significar ya nada.

Se quedan revolcándose en deseos de realidad que se quedaron sujetos a la gomilla de algunas bragas, en el cajón más olvidado de la casa de ese tío tan alborotador.. .


PROMISCUIDAD EMOCIONAL

Difusa y con la boca pequeña
te prometo la brevedad y los pestillos
Torpe, verde y erótica como un esmalte de uñas
(de verano)
voceo ofreciéndote todo ventajas.
Pero tú, por favor
Quítame la máscara, se para mi esporádico
descoyunta mis huesos haciendo de ello un arte
y justifica tu violencia con medicación
y decreciente amargura.
Siento.
El desencanto al buscarme en los brillantes poemas
que escupes con la furia del nadador ahogado.
Me maravilla la facilidad para amputar un tequiero
la pereza con la que las palabras se extienden en el diván
la tribulación por las noches, en la cama y sola
y gorda y sobresaliente en
inteligencia, cortesía e hijaputez.
Me maravilla todo eso, sí, el invento de mi propia belleza
la desolación de la verdad.
Todo lo que olvido, lo que denuncio.
Las mentiras quejosas de serlo.
Irritadas, más diminutas que nunca.

Zambullirme en el optimismo.

Que tú aparecieras en mi vida, holgazán y flaco,
sacudiéndome como si fuese yo una marioneta infantil.
Que en mi soberbia abdominal de azarosa chica de lupanar,
vinieras tú a reposar a mi lado,
leyendo revistas de divulgación
impulsándote desde mi interior a tu propio reto.
Quería yo ser, rabiosa y resuelta,
el tormento único, la déspota sobresaliente, el beneficio de tu duda.
Y sin embargo tengo la sensación
de que me convierto en maceta perversa,
de nula aplicación a la naturaleza,
sin descendencia
y con el vaso
entre las manos.
Caduca pero infantil,
profusa en intentos de acercamiento de resultado nulo.
Llegando a conclusiones dóciles como perros
que eluden verdades bien entrenadas:
Miedo, pánico, terror, angustia, espanto.
Abofetéame.
Sólo por esta vez.
Te obedeceré y sabré mirarte sabré decirte
cuánto y cómo
te amo.
Sin ser vulgar sin necesitar después
un centro sanitario.

La chica baladí. Loncha de justicia.
Luciérnaga gorda y frondosa de pensamiento y extravagante
intravagante, con medios de locomoción tales como
lubinas meláncolicas de piscifactoría.
Levantando polvaredas
en pueblos perdidos sin frases modernas, de robustas señoritas
sin luces pero clarividentes.
Que al mirarme dicen, usted debería ser lógica
dejarse de demencias y debates
debería lanzarse al barro sin polémicas,
improvisando un poco, anegarse de placeres
correr tras asombrosos caballeros de largas cabelleras
no mencione su ansiedad ni los huecos ni la muchedumbre
de avenidas que cruzan su cabeza
ni el fatigoso pecho que descansa retraido.
No comente ni haga exámenes.
Comprenda que ha de detener su inventiva.
Sacrificarse un poco, traducirse cada día.
Y yo me instalo para siempre en la ilustración del diario
en la frecuente manera de morir azarosa
a las puertas de las puertas, en la escalera hacia la dispersión.
Siempre apretando las cuerdas, con constancia, sin ciencia.
Con la musculatura de un enfermo
midiendo el pulso a esta soledad carnívora.
Insustancial como una musa muerta.

Leo y releo, todas tus aventuras
leo como vas cardítico por el espacio vacío
en síncope emocional
en baile de san vito en parkinson amoroso y errático.

Es casualidad que estemos congregándonos a tu protección
que perdamos convicción con cada gesto computado
que aguantemos firmes la lágrima, la herida,
lo enérgico de tu pasión redundante
lo severo del sexo con esa imposición
de castidad voraz y económica.

Es casualidad que en la cavidad de las manos
atraviesen sosegadas las caricias
como síntoma de abreviatura.

Como una cerilla, de miserable duración.
Repartes la mixtura entre piadosas imbéciles
que si proposición, que si legendario, que si poeta
que en una asamblea, que inclinado o sobrio.

No
me
interesas.

Tenías luz en el pelo
y repartias patadas a diestro y siniestro a todos aquellos
hijos de puta
Y tenías la polla dura entre mis manos en aquel bar repleto
con escaleras y oscuridad, el olor entre mis dedos.
Digamos que después con todo ese rollo del amor y las viejas canciones
todo se complicó un poco
innecesariamente pese a la prisa o alguna interrogación usada.
Todo parece a veces tan auténtico, tan absolutamente irreal
que piensas:
-vaya, es así como lo estaba esperando, como tiene que ser.
Cayendo después en la cuenta de que al fin y al cabo
el corazón del loco es aquel que siempre late, pese a la oscuridad
pese a la verdad
y al hinchado deseo, como un recuerdo velado
de lo que fuimos
de lo que
quisimos ser.

La ausencia de ese deseo, el olvido de ese recuerdo
es el que hace que un día, despiertos en la oscuridad
con treinta años y un vehículo de motor en la calle,
drogados, ciertamente venidos a menos
no podamos
seguir
soñando
no podamos
seguir
pensando:
"he ahí
todo lo que siempre deseé
no tiene nombre pero se
que es el momento"

¡¡Agarralo!!

La chica del diente partido se sumó a la acción terrorista pasadas las tres de la tarde. Se acercó al joven del partido y le comunicó su decisión cuando este cerraba la carpeta que contenía todos los datos. La fecha, el lugar, quien, como, cuando.
Después volvió a casa caminando, hirviendo bajo el sol de la tarde. Sudando la camiseta.
Nadie podía sospecharlo. La jovencita gorda y cargada de tensión muscular, había dado un paso importante. Participación directa. Esa sería la primera vez.
En casa se sentó en el sofá y puso los pies encima de la mesa. Dando un respingo se encendió un cigarrillo y rebuscó en la mochila. Sacó la Glock. La sostuvo en la mano unos segundos. Después la dejó en la mesa, junto a sus pies. Y haciendo pequeñas volutas de humo, miró esa extraña combinación de pies desnudos y pistola preguntándose qué estaría haciendo él ahora. Con quien.
Apuró el cigarrillo al máximo, hasta que el olor y el sabor de la combustión le resultó desagradable. Descalza, fue hasta la nevera y comió delante de la puerta abierta, un yogur desnatado, haciéndole un agujero en la base y aspirando con fuerza a través de él. El frescor de la nevera era agradable en su pecho, en sus muslos.
El tiempo pasó deprisa, quedaban ocho horas.

Le esperó a la salida del restaurante. Un compañero esperaba en un coche justo enfrente, en una pequeña callejuela que iba a parar al cauce del río y a una gran avenida con poco tráfico a aquellas horas. Todo estaba planeado. Ella iba a hacerlo.

Tomás salió agarrado de la cintura por aquella chica francesa de ojos azules y piel blanca. Ella la odiaba. Odiaba sus vestidos elegantes, su carácter apacible, sus pestañas largas y tiesas. Comenzó a andar hacia ellos con las manos en los bolsillos. Trás una esquina se puso el pasamontañas y con pasos rápidos y seguros se encaró a la pareja y disparó. Le disparó a él, y después a ella.
A él en la frente, a ella en la cara. Muertos. Montó en el coche y desapareció por la estrecha calle.

En los ojos de él, el segundo antes de disparar, vio que la había reconocido. Porque unos ojos que llegan a amarse y a odiarse en tan poco tiempo no pueden olvidarse facilmente. Ni un gesto, ni una manera de andar.
Pero nadie debía saberlo nunca. Nadie. Ni siquiera ella, que se echó a dormir y en tres minutos ya no supo nada.

El joven diplómatico estaba muerto. Su joven novia francesa también.

La chica del diente partido era una terrorista.

A.S.L
no te mueras, ponte bueno.
Me acuerdo de las noches al raso, sin otra preocupación que la falta de papel de fumar o de pilas para el cassette (sí, hace bastante tiempo). La última calada que siempre me prestabas "para que no te quedes con las ganas". Tu plumífero granate y tu olor cuando subíamos juntos en aquella mobylette naranja. La prisa inútil, por crecer hacer algo viajar sentirnos libres. Tu habilidad para dibujar y retratarme como heroina de un mundo manga. La mirada cómplice, la verdad de un extraño amor sin cuadricular.
Esta vida, que se compone de toda esta diversidad hija de puta con su esplendor en tardes de primavera. Y la callada calle que poseo, esta vida que abruma, incapaz como soy muchas veces de pensar y actuar en consecuencia al tiempo que se resta. Soy incapaz de creer que todo puede ir bien. He visto mi error, y renuncio por siempre a mi hipocondria enfados a los trajes a lo gris y lo que se modela a base de mirar siempre hacia abajo. Renuncio por siempre a lo taciturno que se expresa en cada aliento del conductor de autobús, en cada suspiro de la mujer entre sus macetas, en cada lágrima vertida por nada.

Recuerdo tu amor como el más hermoso colapso por mi sufrido, el auge de aquella amistad incomparable que al final no nos creimos, el aire maquiavélico que decidiste respirar desanclado de mi, aterrizado en una isla fúnebre y traidora.
Hoy pediría perdón por no haber estado , pero creí que nunca nada terrible podía pasarnos, confiada en aquella juventud abrasadora y sana. Chupóptera, acelerada.
Nunca creí que algo, en el momento justo, no te detendría, y me equivoqué. Ahora te retuerces sedado y estúpidamente amargo, en el hospital al que llamaré infierno. Y mi miedo a no reconocerte se situa al lado del de perderme yo al perderte. A sentir el frío simple y eficaz de la muerte como un filo enorme y preciso, apoyado en mi barbilla.
Un movimiento en falso y zas!
todo habrá acabado.

Un beso delicado en la piel. Eso es lo único que me atrevo a insinuar.
La carretera es peligrosa, y he encontrado una flor siniestrada.
- Rápido, llamen a una ambulancia!
El aire me golpea en la cara, frenético a tantos kilometros por hora
El órgano se ajetrea en su función, se excede
al verte lejos huraño fumando cigarrillos que apuras
otros que dejas a medias, por hastío, sí... el órgano
se vierte y quiere hacerse plástico, viscoso, alargado
llegar hasta tí. A las sábanas al puño cansado al equivocado instante en que
decidimos que había que
hacer algo.

Compréndelo. Sólo quedaba esta opción.

La conseguí facilmente y estuve canturreando un poco delante del espejo
jugando con ella, enredandola en mi pelo
Comi unos ganchitos, todo muy cutre, porque el espejo estaba picado y los ganchitos
los saqué de una máquina que agonizaba en el pasillo del hotel.
Me veía guapa, creo que porque la luz era tenue y había bebido un par de copas.

Detrás de la puerta del baño leí unas pintadas, me senté en la cama
y estuve pensando en que quería verte
verte más que a nadie en el mundo, que me sucedieras, que pasaras por fin en mi vida,
que entraras en ella que no salieras nunca
- que sea mi almohada- le grité a la pared color salmón.
Y yo seré la tuya. Y todo lo demás.

Pero las circunstancias hacen un despliegue fantasmagórico llenandolo todo de decisiones pospuestas, de trenes regionales que no salen a la hora, de sobrinas, de filosofía, de dinero, de cabellos sucios y miedos-custodia-desaciertos.

Por eso vine aquí cariño, porque a veces tarde es demasiado tarde.

Y pronto significa nunca.

Ahora comprendo lo variable que puede ser una mano
una mano estrecha, apoyada en la falda, quieta, sola, inútil.
Una mano de uñas rojas, en la carretera, haciendo dedo
que después enjugará una lágrima en un hostal llamado "casa Norman"
o algo peor (si existe)
Una mano que dice adiós, agitándose detrás de una ventana a la nada.

Te veo moverte, y me alimento de dormir preferentemente en tu axila imaginaria
harta de caer en tópicos deberías ya estar aquí
arrancármelos dejarme subir a lo más alto.
Una mano que teclea, una mano sucia, cargada de erotismo,
conductora de dildos y consoladores
conductora de teléfonos y calendarios,
de pilas duracell
de "la espuma de los días"
de pegamento no apto para uso infantil
de cremas diadermine
de anti poesía anti pessoa.

Una mano que se balancea junto al cuerpo al que pertenece,
una mano que carece de lo fundamental para querer vivir
ya formas parte de mi compulsión.
-corre! vete!
una mano que se suicida,
clava las uñas en la palma
la sangre corre
gotea, se estanca.

Te miro.

Tu mano es de niño y mi mano está muerta.

Estoy entre los libros.
He venido, colecciono polvo y hago como que leo
a Voltaire. (Cándido)
No soy tan joven, no tengo dinero ni belleza
tampoco ofrezco pan y fruta
ni con mi boca
ni en mis pezones
Y es cierto, sí que poseo el sueño enredado,
la vida en un suspiro ideal, fantasioso,
(casi místico)
Y es cierto, poseo
un cajón lleno de obsesiones,
(tú serás siempre
el centro de mi universo.
Tú serás siempre la primera necesidad
la última vibración del día)
Aunque
la imposibilidad trepa por mi espalda siempre por la tarde,
y doy gracias porque he visto esas piedras quietas, secas
al borde del patio de los niños, muertas.
y después he rozado las hiedras y bebido agua en la fuente al sol.
Doy gracias porque
Con el viento y en la calidez infantil de este sitio
he de recrearme en ciertas luces lentas,
y caminando contra el aire
con las manos en los bolsillos
el cigarro consumido rapidamente
los labios rojos
pienso en los párpados que han de abrise
y mirarme en la penumbra,
la piel que acariciaré,
el cabello que será mio y
la rabia de la despedida.
Cuando ya no me quieras, cuando todo
esté guardado en una caja de corcho
un poema inmenso
considerado al cabo del tiempo, malo
malo
malo.

La chica quería un cigarrillo. Circulaba a unos 50 km por hora, por el túnel. Con el brazo derecho apoyado en el cambio de marchas, iba dejando caer su dedo sobre el botón que buscaba automaticamente las emisoras de radio.

Posiblemente, ni siquiera escuchaba lo que iba sonando en cada parada de los números, que brillaban verdes en la penumbra del vehículo, absorta como estaba en una bolsa de supermercado, que con sus letras rojas y enormes, volaba hinchada por el aire y giraba y parecía bailar un baile perfecto a los ojos de la chica, un baile en sintonía con el viento, cumpliendo una función prodigiosa que solo algunas de las millones de bolsas de supermercado del mundo, llegaban alguna vez a realizar.

Estaba claro que si algún día él la mataba, sus padres darían a la televisión una de sus mejores fotos, alguna de hace unos años, en la que saliera delgada y mucho más joven. “Ella lo hubiera querido así “ diría la madre.

La realidad propia se ve convertida en muchos casos en una automentira, automedicación contra la desdicha, fallida y narcotizante. - eso pensaba la chica, fijando la vista ahora en las lineas de la carretera, siempre tan gastadas y poco eficaces.

En el bar donde entró a comprar tabaco, olía a carne de kebap. La música era estridente, pero ella y el camarero paquistaní estaban solos. Ella se imaginó follando sobre la barra. Observó la limpieza del local: correcta. Desdeluego pondría el culo sobre la barra. El camarero apenas la miro, sumido en su homosexualidad de pronto manifiesta, y la chica cogió de la máquina su paquete de Lucky y salió a la calle.

El aire siempre golpea en la cara de todos los personajes de cualquier historia, alguna vez. Y muchas otras abofetea, Y en esta ocasión así lo hizo, cambiando radicalmente el rumbo de su pelo siempre echado sobre la cara, y la expresión de sus ojos, que se cerraron un poco detrás del cuello de la chaqueta.

En casa y después de recuperar el aire trás subir las escaleras, encendió un cigarrillo y abrió el libro por cualquier página.

Ahora, cuando el otro viniera a buscarla, ella le diría que no por segunda vez. La satisfacción que esto le produciría sería nula, al contrario de lo que ella hubiera querido y de lo que esperaba. El corazón se abalanzaría sobre la garganta, y el nudo en el estómago se apretaría hasta impedir la deglución de alimentos durante más de medio año. Después se mordería las uñas intentando encontrar la respuesta correcta en su corazón, dentro.. al fondo: sin conseguirlo.

Y seguiría bien, obsesiva, eternamente amorosa, alrededor del planeta principal de su universo. Buceando entre las ropas de un niño sin edad, comiendo en su mano, tal vez equivocadamente, sencillamente hasta el final.

Palabras que no nos gustan.

Dicotomía. Realidad. Arritmia. Procesar. Ajenjo. Raquítica. Enclenque. Bótox. Enjundia. Idiosincrasia. Hiperventilar. Colación. Miedo, ansiedad, lexatín, bajón, sola, gorda, siempre, otra. Madrastra, hijastro, mujerzuela, epíteto, bofe, cachicamo, sarro. Reglosa. Hermenéutica, Diacrónico y sincrónico, epocal, epistémico/ca. Padre, Madre, Pescado. Instruir, pollito, anémona, libertinaje, zozobra. Pretension, desproposito,recelo, celos, posesión, cargo, despedidga, grande, dependencia, soledad, menosprecio, descompás, murmullo, barullo, .....ismo. Referente. Hagiografía. Solidario. Válido. Implementar. Proyecto. Orgánico. Felicidad. Zote. Crematístico. Cuchipanda. desilusion, desamor, rutina, hipocresia, maltrato, ansiedad, depresion, vacio, muchedumbre, hambre,























Dime tus palabras odiadas pinchando aquí, voy añadiendo las que me enviais.































































































































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