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El pelo pintado, y esas sales, al lamer el cuerpo.
Lamer como un perro, con avaricia ignorante, con los ojos saltones
esperando la caída de otro trozo, el resbalón
de la salsa.
Las manos calientes y pensando en libros sobre la mesilla, vasos
vacíos de leche -vacíos- y bragas naranjas y pendientes
largos. Todo mezclado todo estaría caído dentro de mi si no fueran
simples cosas si fueran
miedo terror indignación escudos fragancias míseros
pedazos de algo imaginado del cabello gris de la meticulosa
mano, si fueran
esas cosas entonces
tendría que mantenerlas dentro no dejarlas ir asimilarlas
como alimento nutrirme y permanecer.
Especial.
Giro la cabeza y no hay nadie pero puedo ver
el cabello rojo el cabello rojo el cabello rojo quiero
comerme ese cabello rojo
cabello rojo cabello rojo.
Con toda probabilidad, algo sobrevuela.
...
Era de noche, y había puesto la sonrisa quebrada justo al borde del aliento
Había pensado en equiláteros triángulos, en pubis y en librerías metálicas
en nuestros hijos en el pardo sentido de la sangre, en el pecho caliente,
clave de todo esto, al final. Una marca de bolígrafo en la camisa
un eterno árbol, polígamo y triste. Desde mi ventana puedo ver el sol.
Y eso ya es decir mucho para alguien tan pobre.
Me lamo la herida, ladro hacia ti, quiero verte volver y
rodar calle abajo, y acariciarme el pelo por la noche desnudo en la cama no me importa
cuándo ni cómo sólo tus glúteos sólo pensar que me querías.
Era acaso demasiado para alguien tan pobre.
Los jóvenes musculosos, fuertes, tienen los cabellos rizados las piernas
sin venas, el corazón vano, en sintonía con los precipicios que no obligan.
La mujer eternamente servicial, de pantorrillas juntas, muy juntas.
Su culo es caído y parece medianoche cuando la miro, parece que vaya a terminar
aterida mirando una obra, una aguja, sangre y más sangre en bolsas.
Te contaría tantas cosas, los labios pegados a una lata, lo mucho que
te echo de menos el calor que siento la claustrofobia de un autobús que parece hecho
para torturarme. Mi singular grandeza, a veces quisiera esconderme en una pequeñez
de nacimiento. Ser delicada como un pájaro que sintieras que vas
a protegerme y yo pudiera sentir que de algún modo puedes hacerlo.
Es siempre mucho para alguien tan pobre.
Una muerte tonta me amenaza yo quisiera sentir que tú
puedes venir y sacarme de este horror y quisiera sentir
que vuelvo atrás que podemos hacer todo aquello que sonaba
Tan ridículo y espantoso.
Tan ridículo y hermoso.
Soy siempre el cabello roto, la rama extraña, vergonzosamente retorcida
un mar negro de interrogantes en mutación, la extraña lava de un volcán
que agoniza.
Es la norma para alguien tan pobre.
Los zapatos de esa mujer de muslos tan juntos me parecen los más
terribles sobre la tierra.
Y su tono de voz es pálido y amarillo.
Ordeno todo esto, sin medida sin acierto
es posible que no salga de esta
Es posible que muera y pronto
estaré vencida seré
un saco de huesos sobre la cama de
un hospital.
Esta fantasía trae mi miedo, el vacío intenso.
El vacío tan vacío.
Es sin ti una piedra lanzada con arrojo en mi cara.
UN PESO GASEOSO.
Una intratable angustia que opera calladamente, como un animal
agazapado y enfermo, frágil y al acecho.
Te contaría que el rostro de ese hombre está quemado y parece que miles de balines
han hecho impacto en su piel.
Te contaría que la noche en que me dijiste todo aquello yo no estaba dormida
y no estaba dormida cuando lo dije yo.
Y que soy uno de los pilares de ese grupo aún sin saberlo, sin pretender
ser más que yo misma.
Y que ojalá estuvieras aquí
El día que tengo que hablar, delante de todos esos desconocidos
voraces.
El día que tengo que hablar.
De mi.
De ti.