Luego está la sangre, de pronto resbalando por el muslo, líquida y rosa, y el cabello de un naranja eléctrico, y él diciéndome que esta tarde puedo ir a comprarme todos los trapitos que quiera. Sonrío y me hago pequeña, en el espejo sólo soy un insecto pedante, los problemas de cervicales hacen que me maree, sobre todo cuando miro hacia arriba, ahí arriba está nuestra colección de cómics. Escribir como ejercicio inútil cuando ya parece que tu vida está precintada, un sueño vago de algún imbécil en algún lugar podría ser más interesante que contar ladrillos en la fachada de enfrente o comprar carne picada y compresas, pretender ir a la inauguración de una librería justo en la calle de atrás, cruzarme con el yonki del brazo roto y saludarle.
Miro su autorretrato justo enfrente de mi, mientras escribo sus ojos bélicos van acariciando mi nariz, podría decirle que en mi enfermedad hay canciones muy bonitas, que harían llorar a las princesas, y también que he desperdiciado mucho tiempo, escribiendo sin contar nada concreto, fotografías mentales deshechas en en palabras, desmenuzadas torpemente, no hay nada más que eso, torpeza, y que me gusta, me gusta la carne cruda, no mentía en aquella entrevista, ¿no es horrible? Que me guste, quiero decir.
Fumo por toda la casa, dejando aquí y allí mi ceniza esparcida como cagadas de paloma, abro las ventanas y hace frío, un frío pequeño y que precede a la primavera.
Hago ejercicios para desatascar el embudo de mis palabras, derrocharlas siempre fue lo mío, no sé qué está pasando.
LA LABOR DEL TERMINATOR: Tomás Soler Borja.
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*Tríptico al óleo del alma humana *
Cuánto de lascivia, de onanismo
público, indisimulado, cruel
y tantas veces goloso
en los poetas y sus cantos
―d...
Hace 1 día