Enfrentar la propia fealdad ante el espejo, viendo en la mentira:
la pasión, el enredo, la novela,
el incomensurable vacío de unas fauces muertas que se hacen llamar
YO.
Enfrentar el pasado golpeando, grandes golpes, el presente solapado.
Enfrentar las ventanas cerradas, escuchar el corazón sano, palpitante
bello y oscuro, que retorna como
vicio casual
similar al de espiar mientras duerme, observar cada cabello
y el movimiento de las manos al pasar las páginas de El Danubio.
La orientación del humo que exhala al fumar, quemando en la imaginación
con más humo. Y desmenuzar todas esas
fotografías mentales, modificarlas para la masturbación
cuando se marcha y entre las sábanas gastadas y sucias
lloro y me taladro, transformando la rabia, la frustración, el empeño de ser algo
de ser
valiente, huesuda, cerda, francesa o sencillamente "ella"
(algo que nunca seré)
Husmear en la intimidad con contactos y videos porno y algún que otro
"te echo de menos" lanzado a finales de noviembre con la facilidad con la que
escupe
te quiero (oh eso debería estar prohibido en un poema)
Y yo todo el tiempo preguntándome, mientras estas cosas suceden y mueren
por qué sigue ahí, dándome lo que quiero en vasitos de plástico como si se tratara
de metadona y sus manos y su polla fueran un dispensario.
Y yo una imbécil, una imbécil que nunca debió salir
de su tupperware.
INTERINO: Octavio Gómez Milián.
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Una historia sobre un hijo que se convierte en padre. Sobre un padre que se
convierte en abuelo. La sensación de sentir que estás ocupando el lugar de
ot...
Hace 20 horas