Yo tenía un pequeño charco. Era mi charco, a la salida del colegio. Y siempre tenía agua, ese charco. Era de esos que permanecen después de grandes lluvias, y que duran tiempo y tiempo y cada vez son más pequeños pero conservan su agua marrón un día y otro día y siempre al salir del colegio me miraba en él. Y me miraba y cada vez veía menos porque el charco menguaba.
Y yo crecía en forma de peste crucigrama bocadillo de tortilla folio reciclado y khol para los ojos. Yo crecía en forma de desagrado y victimismo y con pequeñas grietas, en forma de sexo sucio, de asiento trasero, a la antigüa. Crecía en forma de tumor, de vacío existencial, de carencias siempre las mismas, asesinas.
Crecía en forma de destino, de recorte de periódico, de sábanas secas.
El final de la historia es simple: el charco desapareció, y yo cumplí mi cometido.
El cielo se desvencija no tengo cama ni fotografías reales y listas para golpear. Las uñas rojas acarician teclas, el cabello se enreda por costumbre, la ceniza cae sobre la mesa.
Yo no necesito entender nada. Sólo enredar dedos en dedos y morder el hombro para sofocar el grito. Dulzura y delicada presión. Como un avance, como un aval.
LA LABOR DEL TERMINATOR: Tomás Soler Borja.
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*Tríptico al óleo del alma humana *
Cuánto de lascivia, de onanismo
público, indisimulado, cruel
y tantas veces goloso
en los poetas y sus cantos
―d...
Hace 1 día
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se crece con vértigo. se llega a no sé donde, a donde se puede.
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