2.
Que al romper cosas con los ojos, sin darme cuenta, hacía explotar
las jóvenes caderas y rebosar los penes en las tiendas de campaña.
Que al exportar las caricias a otros países pude remediar lo inevitable,
y sumergirme como una fiera naútica en un esbozo de amor.
Todo aquello era perfecto, el cuello y el desorden, la memoria era
algo para siempre y comprendía la revisión de los padres, la cadena exacta.
Ahora no entiendes las manos regordetas, la impresión que causo en los
supermercados, lo poco que me miran los sargentos, la escasa
percepción que tienen de mi los obreros y los bibliotecarios.
Ahora no entiendes que acumulo horas y horas frente a un espejo roto,
y que hay pozos inclasificables en mi pecho, y muerte frente al ordenador.
Hay alondras perfectas en mis pestañas, todavía, y no puedo más que
cocinar y limpiar como quien busca un sentido a la magnitud del holocausto,
una mujer de petróleo y derivados, una errata constante en la escritura,
una mujer de archivos inútiles como especias y recovecos planos,
una mujer de esperas e interrogantes sucios, de perros y distancias.
Todo aquello era perfecto, extendia una mano y podía acariciar a una
estrella del rock, podía correr sobre la arena del campo de fútbol y llegar
al backstage, hacerme colas de caballo y vestir con dulces prendas ajustadas
y maléficas.
Todo aquello era perfecto, la memoria juega a malgastarme, todo aquello.
Y ahora no entiendes que soy un trozo imperfecto de comida cruda,
una idiota apisonadora, un baile de nadie en una sala repleta.
La perfección de la rotura.
Que al romper cosas con los ojos, sin darme cuenta, hacía explotar
las jóvenes caderas y rebosar los penes en las tiendas de campaña.
Que al exportar las caricias a otros países pude remediar lo inevitable,
y sumergirme como una fiera naútica en un esbozo de amor.
Todo aquello era perfecto, el cuello y el desorden, la memoria era
algo para siempre y comprendía la revisión de los padres, la cadena exacta.
Ahora no entiendes las manos regordetas, la impresión que causo en los
supermercados, lo poco que me miran los sargentos, la escasa
percepción que tienen de mi los obreros y los bibliotecarios.
Ahora no entiendes que acumulo horas y horas frente a un espejo roto,
y que hay pozos inclasificables en mi pecho, y muerte frente al ordenador.
Hay alondras perfectas en mis pestañas, todavía, y no puedo más que
cocinar y limpiar como quien busca un sentido a la magnitud del holocausto,
una mujer de petróleo y derivados, una errata constante en la escritura,
una mujer de archivos inútiles como especias y recovecos planos,
una mujer de esperas e interrogantes sucios, de perros y distancias.
Todo aquello era perfecto, extendia una mano y podía acariciar a una
estrella del rock, podía correr sobre la arena del campo de fútbol y llegar
al backstage, hacerme colas de caballo y vestir con dulces prendas ajustadas
y maléficas.
Todo aquello era perfecto, la memoria juega a malgastarme, todo aquello.
Y ahora no entiendes que soy un trozo imperfecto de comida cruda,
una idiota apisonadora, un baile de nadie en una sala repleta.
La perfección de la rotura.