Polly es una buena chica. Acaba su plato y siempre lo rebaña con unas migas de pan. Además le gusta tomar postre, y después, dormir unos minutos apoyada en el hombro de papá. Él ronca mucho, y se duerme pronto frente a la televisión. Entonces Polly abre los ojos y se separa, lo mira. También esa forma de sigilo tiene que ver con ella, con su forma de hacer las cosas. Mirar y quedarse con la esencia, con los pelos del bigotillo que se mueven con su respiración, la boca que se entreabre ligeramente. No tarda mucho en encender un cigarrillo en la ventana. El aire es caliente como la boca de un perro, y cuando odiar se convierte en una forma de vida de todos modos nada tiene la temperatura conveniente.
Vuelve a casa y entra en la residencia de ancianos que hay justo antes de girar la esquina, donde siempre se escuchan, desde fuera, portazos y algún grito, y hoy enferma inmediatamente porque el olor es nauseabundo, y no es que huela a viejo, debe tratarse de algún producto de limpieza nuevo y desinfectante, con aroma a flores o pinos, es así como decide no entrar nunca más a por los periódicos gratuitos que dejan en el mostrador. Eso de que los olores evocan recuerdos es tan cierto que siente miedo y aprensión hacia cualquier perfume nuevo que pueda traerla a este presente justo, en el futuro y para siempre.
Él no habrá vuelto aún de trabajar. Se empeña en quedarse hasta tarde, hacer horas. Gana dinero, seguro que se siente, de algún modo, mejor. Lo guarda en cajitas de caudales que puedes encontrar en los lugares más inverosímiles de una casa. No se fía de los bancos. Los bancos para sentarse, suele decir con un tono pagado de si mismo, como si dijera algo inteligente y gracioso.
Los bancos, para sentarse.
Ella no sabe cuándo empezó a odiar a la gente. A odiar los cabellos de esas tías, siempre mal teñidos, sus acentos de pueblo, sus cadáveres velados toda la noche, las zapatillas de ir por casa a cuadros o a perros o a flores o vaya usted a saber qué cosa a cada cual más terrible. Odia a sus hijas, con sus lunares sobre la boca, que las acompañan a las tiendas de todo a cien, a los ambulatorios. Desearía partirles la cara, cataclismo, muerte, ideación de una realidad paralela en la que sumergirse como una gran nazi emocional, devoradora de cabellos y huesos de joyas y dientes y porcelanas. El diamante en bruto perdió el brillo, nada queda de una niña a la que le gustaba cantar para si. Ahora sólo piensa en la agresividad que la pervierte, en las tazas de desayuno que compraron a juego, en el sueño de almorzar junto a él en la cocina, cerca de la ventana, con el sol entrando a duras penas, hacíendole guiñar los ojos, con la felicidad de la delgadez y los pijamas de suaves tejidos.
Se oye la puerta, casi siempre él cierra suave. Ahora no la besa, lo hará tal vez, pero más tarde, dejando caer los labios sobre los de ella como ceniza en un cenicero, con indolencia y ruina, con la inevitable caída al interior de la bolsa de basura o el desagüe en la cocina.
Deja el maletín sobre el sofá y se quita la chaqueta. Ella ha preparado algo de cenar, ha dejado un plato tapado con otro plato sobre la encimera, y al levantarlo, el vapor condensado hace que caigan, sobre la comida, unas gotas de agua. Esto a Polly le da un asco tremendo, pero al fin y al cabo no va a ser ella quien se coma esas salchichas. No tiene hambre, sólo tal vez un poco cuando él hace la digestión y se duerme y ronca o balbucea algunas palabras sueltas e idiotas. Coche camisa nevera. Palabras sueltas e inútiles. Entonces va a la nevera y busca algo que llevarse a la boca.
Él le cuenta qué tal el día, pregunta cordialmente por el padre de ella, ella responde que bien, bien, bien, todo bien. Es lo que responde todos los días. Para qué decir mal mal mal son estas las flores que me regalaste hace un mes, se están muriendo y las he dejado ahí, en la maceta, para que las veas, pero no, no las ves.
Cuando el silencio me ahoga, enciendo la radio y me llegan de un planeta lejano voces que apenas comprendo: ese mundo tiene su tiempo, sus horas, sus leyes, su lenguaje, preocupaciones, diversiones que me son radicalmente extraños.
Simone de Beauvoir.
Crónica II
Palabras que no nos gustan.
Dicotomía. Realidad. Arritmia. Procesar. Ajenjo. Raquítica. Enclenque. Bótox. Enjundia. Idiosincrasia. Hiperventilar. Colación. Miedo, ansiedad, lexatín, bajón, sola, gorda, siempre, otra. Madrastra, hijastro, mujerzuela, epíteto, bofe, cachicamo, sarro. Reglosa. Hermenéutica, Diacrónico y sincrónico, epocal, epistémico/ca. Padre, Madre, Pescado. Instruir, pollito, anémona, libertinaje, zozobra. Pretension, desproposito,recelo, celos, posesión, cargo, despedidga, grande, dependencia, soledad, menosprecio, descompás, murmullo, barullo, .....ismo. Referente. Hagiografía. Solidario. Válido. Implementar. Proyecto. Orgánico. Felicidad. Zote. Crematístico. Cuchipanda. desilusion, desamor, rutina, hipocresia, maltrato, ansiedad, depresion, vacio, muchedumbre, hambre,
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