No hay otro remedio.
Yo hacía eso que hace la de la foto. Me follaba mis muñecos de peluche.
Sí, sí, pueden echarse las manos a la cabeza y reir, sin tapujos.
Ponía las manitas de plástico duro de aquellos muñecos cruzadas sobre su torso de trapo y me colocaba encima, situando esas manitas justo donde me daba gusto.
Yo no sabía que aquello se llamaba masturbación. Siempre lo hacía así, como un animal. Después comencé a utilizar las manos. Descubrí que era desde luego mucho más práctico y con cierto disimulo y una mantita por encima podía hacerlo en cualquier lugar. Pero seguía sin saber de qué se trataba. Creía que era algo que sólo hacía yo y que además no era algo demasiado bueno en general, para dios o para lo que sea (supongo que eso deriva de los años que estudié en un colegio de monjas) De hecho cuando estaba cansada o muy nerviosa no solía hacerlo y pensaba, como el yonki que empieza, que a partir de ese momento ya no lo iba a hacer nunca más. ¡Ja!
Gracias a la Nuevo Vale descubrí que aquello tenía un nombre. Y empecé a utilizar objetos de variada índole, con afán explorador. Lápices Alpino, rotuladores carioca o fundas de esas de puro que dan en las bodas. Después ya pasé a el desodorante aquel, Mum creo que se llamaba, de color azul, lo más parecido a un consolador que tenía en casa, aunque pequeño.
Y bueno en definitiva esta confesión absurda es porque estoy cachonda y creo que voy a hacerme un apaño con el Rabbit (sofisticación total, ¡quien necesita un hombre!)que me regalaron para mi cumpleaños una buena amiga y un mamón.
Que os follen a todos.
Y a la mierda la literatura!
LA LABOR DEL TERMINATOR: Tomás Soler Borja.
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*Tríptico al óleo del alma humana *
Cuánto de lascivia, de onanismo
público, indisimulado, cruel
y tantas veces goloso
en los poetas y sus cantos
―d...
Hace 1 día