Estábamos en una iglesia y tú tenías el pelo muy largo.
Te interesaba el santoral, el calendario.
Y te quitabas las gafas mientras lo ojeabas, y parecías
restablecerte con cada página.
Yo tenía en las manos unas tenacillas
y pretendía con ellas, no sé, cortarme algo.
Dejarlo en la capilla, carne incorrupta de la chica "Jurado"
Esparcias después una especie de ceniza y yo
la olía y pensaba que eras el hombre más hermoso y terco
que nunca en la vida había visto.
Simpatizabas con el párroco, que disfrutaba de tu compañía
y me mirabas por encima del hombro, sonriendo a medias
mientras yo incluia creencias en mi repertorio
y me arriesgaba con las tenacillas.
Después viniste y me besaste como al principio
aspirando los labios fuertemente y a mi me gustaba
pensaba: tengo suerte, y aún en una iglesia
podría atemperarme y ser firme con este hombre.
(Y mientras tanto un dedo caía al suelo)
pero al ser santa ya no sangraba, sólo
tenía ganas de besarte más
y pensaba: ¿para qué me habré hecho santa
ahora que esto parece el paraíso?
Bueno era un sueño. Tú te echabas las manos a la cabeza
y destrozabas el libro y al cura ya no parecías
caerle tan simpático.
Siempre dejo ventaja, es una máxima.
Cuando veas que no hay motor, arranca.
DIEGO VASALLO, TRAYECTORIA DE UNA OLA por PABLO CEREZAL
-
[...] este artefacto poético al que te asomas, nace de la libertad y el
respeto de dos artistas, dos géiseres creativos e incansables que no
transigen,...
Hace 2 semanas