Tenía la mujer el pelo eléctrico, o mejor, como una madeja de esparto.
Era rubio de bote, un rubio de bote sumamente artificial. Tal vez con demasiada agua oxigenada. Había sido profesora de francés en una academia de pago, y me enseñana a pronunciar Je t´aime.. veux tu m´épouser?. Y ella me preguntaba, ¿a quien quieres decírselo? y yo la miraba de reojo, sonreía y le guiñaba un ojo. Cuando la saludaba por la mañana, siempre le decía Bonjour! y para despedirme lo hacía con au revoir. También usaba el merci cuando me pasaba unos papeles alargando mucho el brazo, desde la mesa de enfrente. Llevaba una camisa marrón y sacaba las solapas por encima de la bata blanca de la que abrochaba hasta el último botón. No era una mujer fea, pero estaba muy estropeada y yo pensaba constantemente en llamar a un programa de la tele de esos en los que cambian la imagen de una señora gorda con los tobillos enormes y el pelo medio muerto y las manos rojas de tanto fregar y por un día la convierten en una especie de mujer fatal y su marido la besa medio apasionado delante de las cámaras. Redescubra su belleza. Pelo de peluquería, sombra aquí y sombra allá.
Ella mira por encima de las gafas de montura al aire, me comenta que se empañan con una facilidad asombrosa. Me pregunta cosas todo el rato. Todo el tiempo las mismas preguntas. Su inseguridad me abruma. Pienso que ha de tener algún tipo de demencia y me pregunto si se dará cuenta, sabiendo que la respuesta es sí.
LA LABOR DEL TERMINATOR: Tomás Soler Borja.
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*Tríptico al óleo del alma humana *
Cuánto de lascivia, de onanismo
público, indisimulado, cruel
y tantas veces goloso
en los poetas y sus cantos
―d...
Hace 1 día