Bajo la mesa, en pequeños fragmentos, me deshacía
como una niña estrambótica y pálida.
Quería volver a nacer, y en posición fetal
rezaba y rizaba mis cabellos con los dedos.
Mi padre se cristalizaba y parecía un ser
mitológico.
Mi madre intentaba cogerme de un pie
pero sólo conseguía rozarlo
con las puntas de los dedos.
El fuego crepitaba en la chimenea y teníamos unas pinzas de hierro
con las que quemar trozos de pan y luego comerlos.
Y yo rezaba.
Con los ojos cerrados.
Entonces lo lograron. Unos brazos largos me arrastraron a la luz.
Y me zarandearon, y yo lloraba y el tiempo se detuvo
y supe
que necesitaba algo. Un príncipe y un castillo.
Una verdad.
O en su defecto
carencia de interrogantes.
Fue la primera vez que deseé, ser otra persona.
No tener luces, no hacer preguntas, no necesitar respuestas.
Aprender a gritar en un portal, hacia el portero electrónico
palabras malsonantes, y que nada, nada.
Me importara.
Tanto.
LA LABOR DEL TERMINATOR: Tomás Soler Borja.
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*Tríptico al óleo del alma humana *
Cuánto de lascivia, de onanismo
público, indisimulado, cruel
y tantas veces goloso
en los poetas y sus cantos
―d...
Hace 1 día