Un lugar común. La tarde, esperanza de edredones y películas
antiguas. El domingo y su infame ambiente de fin de fiesta, con mujeres
bien vestidas y gas que se termina en la cocina. Siento un vacío en el
estómago. Siento que soy imbécil, me pregunto si las cotas de
frustración podrán solventarse. Sobre todo me pregunto si sus cotas
podrán disminuir, intuyendo que las que crecen son las mías y crecen
tanto y tan despacio que sus raices son profundas y dan miedo.
La pareja, ese lugar donde dejarse caer tan despacio y malhumoradamente, como si uno hubiera vendido todo el pescado, sacando poco a cambio, mala venta, mala salud, gritos, casas sin pasillos ni puertas. Dolores y gilipolleces, todo enmarcado en una bonita casa con vigas de madera en el centro de la ciudad, donde viven los felices los sabios los poetas y los ricos. Una mezcla estúpida para una ciudad estúpida, un lugar pequeño y hermoso en el que se han dicho muchas cosas y se han obviado otras tantas.
Diseccionaremos la convivencia. El "has sido tú" o "empezaste primero" Diseccionaremos la rabia y las capitulaciones, los gritos de un adolescente convalenciente y casi muerto, empotrados en el lunes de trabajo y la aventura de tener hijos. Podremos decir tonterías, acabar exhaustos, repartirnos los discos y devolverle las llaves al casero. Optar por seguir la vida sin compartirla, altas cotas, dije, altas cotas de frustración propias de un infeliz, que son interrogante y respuesta a la vez. No hables, no digas nada que se salga lo esperado, de lo que debió ser desde el principio. No preguntes, no investigues, no quieras comprobar nada. Debes, por ciencia infusa, saber cuando hay que preguntar cómo estás y cuando no, cuando es conveniente una palabra amable y cuando será tomada como un agravio condescendiente. Así que llenaré la bañera. Nada ecológico y poco práctico, pero la llenaré. Pongo además dos ollas grandes a hervir para poder cocerme bien, cocerme bien a fuego lento, también. En el agua espumosa y ardiente, cocerme hasta morir roja e imperfecta, mientras él baja la basura y se termina el domingo en el que nos queremos de maneras sucias como si fuéramos cada uno el ladrón principal del tiempo del otro...
La pareja, ese lugar donde dejarse caer tan despacio y malhumoradamente, como si uno hubiera vendido todo el pescado, sacando poco a cambio, mala venta, mala salud, gritos, casas sin pasillos ni puertas. Dolores y gilipolleces, todo enmarcado en una bonita casa con vigas de madera en el centro de la ciudad, donde viven los felices los sabios los poetas y los ricos. Una mezcla estúpida para una ciudad estúpida, un lugar pequeño y hermoso en el que se han dicho muchas cosas y se han obviado otras tantas.
Diseccionaremos la convivencia. El "has sido tú" o "empezaste primero" Diseccionaremos la rabia y las capitulaciones, los gritos de un adolescente convalenciente y casi muerto, empotrados en el lunes de trabajo y la aventura de tener hijos. Podremos decir tonterías, acabar exhaustos, repartirnos los discos y devolverle las llaves al casero. Optar por seguir la vida sin compartirla, altas cotas, dije, altas cotas de frustración propias de un infeliz, que son interrogante y respuesta a la vez. No hables, no digas nada que se salga lo esperado, de lo que debió ser desde el principio. No preguntes, no investigues, no quieras comprobar nada. Debes, por ciencia infusa, saber cuando hay que preguntar cómo estás y cuando no, cuando es conveniente una palabra amable y cuando será tomada como un agravio condescendiente. Así que llenaré la bañera. Nada ecológico y poco práctico, pero la llenaré. Pongo además dos ollas grandes a hervir para poder cocerme bien, cocerme bien a fuego lento, también. En el agua espumosa y ardiente, cocerme hasta morir roja e imperfecta, mientras él baja la basura y se termina el domingo en el que nos queremos de maneras sucias como si fuéramos cada uno el ladrón principal del tiempo del otro...