... que dejen de una vez por todas de ser imaginarias para
convertirse en reales y ser, por tanto, susceptibles de ser diagnosticas y tratadas, para acabar de una vez por todas con ese infierno que es morirse poco a poco de nada, de consunción, de hiperestesia, de nervios como se decía antiguamente.
(Trapiello)
Que sí, que soy una loca de mierda. Hoy bajo el agua de la ducha sentí que me desvanecía, era como un jodido y único zapato bajo la lluvia, llegué como escalando hasta la bañera.
Muchas veces durante el día tengo pensamientos muy profundos y acertados. Me preparo para morir mientras froto mi cara con el jabón especial, mientras repaso mis cargas y tarareo una de Nick Drake.
Cuando algo falla en tu cuerpo, aunque sea un fallo tonto, y cuando te planteas la posibilidad de que
esa tara o dolor te acompañe toda la vida, te acompañe estúpidamente al tomar café, al cocinar,
después de follar y al ducharte, observas a los demás con una distancia sobria y negra, con cierta envidia sin poder si quiera concebir que sus vidas tengan partes escondidas que pueden doler y hacerse crónicas. Que uno muy guapo pueda tener la enfermedad de Crohn o una vaginitis psicológica almidone las sábanas de una chica con carrera universitaria hasta hacerlas inconfortables.
Tú eres el que ha perdido, y eso da muchas ganas de llorar.
Te preguntas ¿por qué yo? Y te contestas, como consuelo pero muy por encima, con una respuesta que no te acabas de creer: que en realidad no sabes absolutamente nada de los demás. Ni de lo que se están preguntando. Pero sólo es un consuelo que se agarra precariamente:
Son invencibles. Están bronceados. No les duele nada.
A veces tengo pensamientos que van más allá de mi misma y de las representaciones cotidianas, pensamientos que sobrevuelan los edificios antiguos y resbalan hacia el restaurante que hay en el piso de abajo, donde fríen un tubérculo popular en Latinoamérica, sube el perfume hasta aquí, hasta mi casa. Estos pensamientos me comprometen con cierta visión incómoda, todo acaba siendo visto desde arriba y de nada sirve que hojee los diarios o que me lamente ante la televisión, de nada sirven las teleseries adictivas a las que intento engancharme obsesivamente, o la música. Todo se desmembra en mi corazón, porque estoy muerta y todas ellas están vivas.
Las que se ríen en la terraza del bar de abajo, están vivas. Con sus vaqueros ajustados y toda esa bisutería a juego, que cambian cada día.
Mantengo la esperanza de la reencarnación o de la supresión total del yo.
Se me ocurren muchas cosas, como que nunca tendré hijos y que las palomas de la muerte sobrevuelan mi cabeza. Se me ocurre que lanzada al fondo, no podré sumergirme ni elevarme, que estaré triste tumbada para siempre, que no habrá niños ni suerte. Pienso que siempre hice las cosas mal, y por eso me duele y me pesa el cuerpo, pienso que lo estropeé, y que no tengo derechos, y sé que estas palabras son las de alguien muy deprimido, pero pese a saberlo no logro unir el concepto depresión a mi persona, es como
si esa fuera la única
enfermedad
que no me voy a permitir.
Recuerdo cuando se me despellejaban las manos, y cuando el bulto que tenía en el interior de la boca
comenzó a crecer - lo recuerdo mientras me sirvo agua filtrada y consumo un cigarrillo lento- y yo me sumergí en un posible cáncer y me convertí en especialista en el tema. Recuerdo lo liberada que me sentí al saber que era un torus mandibular - por dios, ¡¡qué nombre tan cómico y tan contundente!! - y que no iba a morir o a quedarme sin media cara,
eso no le gusta a los tíos, eso no le gusta a los tíos, eso no le gusta a los tíos, tampoco a mí.
Ahora es un poco lo mismo sólo que con la posibilidad de una enfermedad crónica. Menos grave. Tal vez esté recorriendo al revés el camino de la hipocondría. Vale, ya he dicho la palabra. Por supuesto nadie se cree que vaya a serlo, mis amigos no me escuchan ya, nada crónico, nada grave- me dicen. Sólo yo sé que sí, que esto es para siempre- Sólo yo parezco saberlo, maldita sea.
Después puede que saque fuerzas de flaqueza o que directamente decida dejar de vivir la vida tal y como la he vivido hasta ahora. Tal vez me vea arrastrada a ello. Puede que me convierta en una gorda con rojeces en la piel, que vuelva a vivir con mis padres y baje a la calle a comprar con zapatillas de ir por casa, seguro que lloraré con las viejas fotografías
que acabaré
rompiéndolas.
Mi padre a esto le llama No tener cojones. Y es cierto puede que no tenga cojones. Y es que soy una mujer pero en fin, dejando eso de lado, todos entendéis la frase ¿no?
Al rato pienso que tampoco es para tanto y seguramente pasará, me lo digo con una sonrisa moldeada en mi cara para la ocasión. Hay que mirar el lado bueno y es que no moriré,- lo que de entrada es el lado bueno- puedo probar distintos tratamientos que irán bien, peregrinar de médico en médico llamándolos por su nombre de pila- , en fin, esas cosas, pienso en todo eso- soy una enferma, es mi cabeza, lo sé- Otra mueca y seguramente esta vez estoy en lo cierto, es lo que se llama una burla del destino. Estaba esperándola.
Miro ahora una foto que hay en el baño - una foto de pareja feliz. el feng shui recomendaba colocar una debido a la terrible ubicación de nuestro cuarto de baño y su influencia en nuestra relación de pareja-
una de cuando estuvimos en Marruecos y pienso ¿pero yo estaba imbécil? Quiero decir, no sabía
lo que tenía entre las manos, la verdadera joya de la vida, no lo aprendo por muchas lecciones, así que supongo que ahora me voy a tener
que quedar con esta, aprenderlo pero sin poder aplicarlo ya. Algo realmente muy muy triste, rocas grises, gatos muertos, libretas en blanco.
Tonterías de neurótica pero sin Woody Allen.
Pienso en ir a lavarme el pelo. Esto es como caer y caer y no querer agarrarse a nada. Es como el principio del precipicio, sabes todo lo que vendrá después, es lo que estabas esperando. Vas a caer de todos modos. Por qué esforzarse en mantenerse ahí. Se abre un paréntesis contigo dentro.
Piensas en dios, en ir a la iglesia,
miras a los curas reírse en grupo, quieres que alguien te ayude a ser mejor, pero equivocas el gesto.
Pienso en ir a lavarme el pelo, otra vez. Mañana iré al médico. Dirá:
- Oiga, siento decirle que no tiene nada.
- Lo sospechaba- murmuraré mientras pienso que ¡es horrible, es horrible!.
Yo siento tanto dolor, ¿entiendes?
Octubre 2009
LA LABOR DEL TERMINATOR: Tomás Soler Borja.
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*Tríptico al óleo del alma humana *
Cuánto de lascivia, de onanismo
público, indisimulado, cruel
y tantas veces goloso
en los poetas y sus cantos
―d...
Hace 1 día