Nick Cave va enjuagándome como una esponja pringosa, con su moan thing y un perro ladra en la calle. Él me pidió que nos casáramos. Habíamos olvidado la bolsa con pescado fresco en el mismo supermercado, se subió a la bici y desde abajo me gritó: ¡Hazme un café! y yo le pregunté ¿pero ahora o luego? y el dijo ¡ve preparándo la maquina!. Así que fui hasta la cafetera dispuesta a deshacerme de los posos del uso anterior cuando al abrirla (no sin esfuerzo) veo incrustado en el polvillo húmedo un anillo de plata y una notita en papel blanco con manchas ahora de un color amarillo muy leve en el que con su mejor letra pregunta si me quiero casar con él claro que la nota no hacía falta, con el anillo se daba ya todo a entender.
Me pregunto si él dejó olvidadas las lubinas a propósito, y también si por eso pareció enfadarse cuando me dispuse a ir yo a recuperarlas cuando la comida ya estaba caliente a punto de ser servida.
Hay campanas en la plaza que repican a las siete. Yo le dije que sí, claro.
Hay una luz en la pelvis, es una luz que se vuelve negra, brilla toda la enfermedad en la oscuridad, es como un juego de discotecas pero sin aire.
Le dije que sí. Me había regalado un pañuelo con dulces dentro, me había dicho que siempre estaríamos juntos, que registrarían nuestro amor en los suplementos culturales de los sábados una vez muertos..
Uno debe tener mucho talento (debe ser eso) para que la pareja permanezca al lado pese a la disfuncionalidad.
Le dije que sí. Mil veces, cada minuto. ¡Sí, sí, sí!