Eran buenos tiempos los del Lipp. Tú y yo nos emborrachábamos, Imanol me regalaba sigles de Triana. Escribíamos poemas, yo nunca entendía bien tu letra y siempre me los tenías que leer.
Aquella pareja de puretas quería llevarme a su casa, te acuerdas? Siempre rondando a las serpientes. Era excitante después besarnos y dormir en el cauce del río, despertar con las moscas en los ojos, pegajosos y sonrientes, y pasear hasta encontrar un bar donde desayunar.
Después apuntalaron el Lipp. Se caía a pedazos e incluso era más increible estar allí dentro, siempre con aquella música tan perfecta, pensando que en cualquier momento todo podía venirse abajo, rondando estaba la muerte, qué dulce era comerse los párpados y beber mistela.
Supongo que aunque los tiempos cambian sigo siendo la misma. Veo todo a mi alrededor distinto y sin embargo, en el espejo y desde hace dos meses, parezco la misma. Parece que mi cara se redistribuye, que mis tetas se recolocan, que mi cabeza no ha perdido todo lo que encontró.
Y aunque ahora sea más fea o haya cosas que no pueda esquivar, tengo todo en la mochila, y puedo aprender.
Todo empezó el día que guardaste aquella botella vacía para mí, me la diste y estuvimos besándonos cuatro horas. Aquel día no te la chupé, pero tú ya te enamoraste de mi.
Después vivimos en una tienda de campaña, y comprendimos que éramos como la mañana, del día en que nos conocimos. Nos gustaba cantar, no nos gustaba sufrir.
Cuando fumaste caballo sentado en mi cama y vomistaste en el cuarto de baño pequeño de casa de mis padres, con aquella camiseta blanca, interior y horrible, comprendí que los círculos empezaban a cerrarse, y que yo debía quedarme fuera. De todas maneras dejé pasar los meses y continué con los poemas, y tú me contabas la historia de tu padre, y de como murió en aquel descampado, y cómo entró la policía en tu casa y tú, pequeño y hermoso, te escondías detrás de la mesa del comedor y odiabas, y odiabas. Y yo te acariciaba el pelo, casi no me atrevia a hacer preguntas. Solo te miraba, y tú contabas los trastes de la guitarra.
Todo acabó el día que con otra botella en la mano, y apoyado en una pared cualquiera, me dijiste, bien alto y con la voz pastosa que era una débil. Y te miré con siete puntos en la boca que me estiraban doliendo, y con una ceja menos. Cerré un poco los ojos y me di la vuelta, empezando a andar. Ya para siempre en dirección contraria. (a la tuya)
Imanol no comprendía como podía yo comerte a besos, si no sabías ni escribir poesía. Tenía yo que meterle caña, leerle algo de lo tuyo, darle algún que otro corte, y hacerme la loca, pero un día me invitó a un concietro de Maceo Parker y se lo perdoné todo.
A ti también te lo perdoné, puedes estar seguro.
Y espero, sobre todo, que no me guardes rencor por haberte abandonado.
LA LABOR DEL TERMINATOR: Tomás Soler Borja.
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*Tríptico al óleo del alma humana *
Cuánto de lascivia, de onanismo
público, indisimulado, cruel
y tantas veces goloso
en los poetas y sus cantos
―d...
Hace 1 día