VERANO
Me gustaba mucho hacer reír a mi abuela, pero de un tiempo a esta parte nada parece hacerle gracia. Recuerdo la playa nudista, ¿qué tendría ella? ¿Setenta? No había visto tanta polla en su vida, miraba con los ojos desorbitados y un poco escandalizada, entre el ataque de risa y el rubor espantado, y me daba pequeños codazos cada vez que pasaba un hombre paseando y bamboleando el pene. A los hombres les encanta bambolear el pene en las playas nudistas, y recogerse los cojones con una mano, como sopesando. Me gustaba mucho hacer reír a la yaya y por eso la llevaba a la playa nudista, porque ella se escandalizaba de mentira y al reír se le veía el oro que sujetaba el puente en la dentadura. Podía o no brillar con el sol del mediodía en la playa del Saler, pero yo recuerdo los destellos y como se palmeaba los muslos del descojone que llevaba. Una vez pasado el impacto inicial, abríamos la nevera y bebíamos agua o coca cola fría, nos almorzábamos los bocadillos de tortilla y las migas de pan me caían en las ingles. Me gustaba después bañarme en el agua fresca y sucia de algas, cogiéndola de la mano para que una ola no la embistiera hasta la caída. Ella decía, un verano tenemos que alquilar un apartamento. Y yo asentía y ya pasábamos donde rompen las olas y le soltaba la mano y ella nunca metía la cabeza bajo el agua y de pie movía los brazos como nadando a crol, pero sin moverse del sitio.